En trenes poseídos de una pasión errante
por el carbón y  el hierro que los provoca y mueve,
y en tensos aeroplanos de plumaje  tajante
recorro la nación del trabajo y la nieve.
De la extensión de  Rusia, de sus tiernas ventanas,
sale una voz profunda de máquinas y  manos,
que indica entre mujeres: Aquí están tus hermanas,
y prorrumpe  entre hombres: Estos son tus hermanos.
Basta mirar: se cubre de verdad la  mirada.
Basta escuchar: retumba la sangre en las orejas.
De cada aliento  sale la ardiente bocanada
de tantos corazones unidos por parejas.
Ah,  compañero Stalin: de un pueblo de mendigos
has hecho un pueblo de hombres que  sacuden la frente,
y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos,
como a un  inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente.
De unos hombres que apenas a  vivir se atrevían
con la boca amarrada y el sueño esclavizado:
de unos  cuerpos que andaban, vacilaban, crujían,
una masa de férreo volumen has  forjado.
Has forjado una especie de mineral sencillo,
que observa la  conducta del metal más valioso,
perfecciona el motor, y señala el  martillo,
la hélice, la salud, con un dedo orgulloso.
Polvo para los  zares, los reales bandidos:
Rusia nevada de hambre, dolor y  cautiverios.
Ayer sus hijos iban a la muerte vencidos,
hoy proclaman la  vida y hunden los cementerios.
Ayer iban sus ríos derritiendo los  hielos,
quemados por la sangre de los trabajadores.
Hoy descubren  industrias, maquinarias, anhelos,
y cantan rodeados de fábricas y  flores.
Y los ancianos lentos que llevan una huella
de zar sobre sus  hombros, interrumpen el paso,
por desplumar alegres su alta barba de  estrella
ante el fulgor que remoza su ocaso.
Las chozas se convierten  en casas de granito.
El corazón se queda desnudo entre verdades.
Y como  una visión real de lo inaudito,
brotan sobre la nada bandadas de  ciudades.
La juventud de Rusia se esgrime y se agiganta
como un arma  afilada por los rinocerontes.
La metalurgia suena dichosa de garganta,
y  vibran los martillos de pie sobre los montes.
Con las inagotables vacas  de oro yacente
que ordeñan los mineros de los montes Urales,
Rusia edifica  un mundo feliz y trasparente
para los hombres llenos de impulsos  fraternales.
Hoy que contra mi patria clavan sus bayonetas
legiones  malparidas por una torpe entraña,
los girasoles rusos, como ciegos  planetas,
hacen girar su rostro de rayos hacia España.
Aquí está Rusia  entera vestida de soldado,
protegiendo a los niños que anhela la  trilita
de Italia y de Alemania bajo el sueño sagrado,
y que del vientre  mismo de la madre los quita.
Dormitorios de niños españoles:  zarpazos
de inocencia que arrojan de Madrid, de Valencia,
a Mussolini, a  Hitler, los dos mariconazos,
la vida que destruyen manchados de  inocencia.
Frágiles dormitorios al sol de la luz clara,
sangrienta de  repente y erizada de astillas.
¡Si tanto dormitorio deshecho se  arrojara
sobre las dos cabezas y las cuatro mejillas!
Se arrojará, me  advierte desde su tumba viva
Lenin, con pie de mármol y voz de bronce  quieto,
mientras contempla inmóvil el agua constructiva
que fluye en forma  humana detrás de su esqueleto.
Rusia y España, unidas como fuerzas  hermanas,
fuerza serán que cierre las fauces de la guerra.
Y sólo se verá  tractores y manzanas,
panes y juventud sobre la tierra.
EL HOMBRE  ACECHA
(1937-1939) 

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